30 años del Mercosur | Unidad, aunque duela

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por Mariana Vazquez¹

El MERCOSUR cumple 30 años. Y este aniversario, a diferencia de otros, tiene lugar en un escenario global y regional de transiciones y sismos: la mayor crisis económica mundial en casi un siglo, la disputa hegemónica, las fuertes tendencias centrífugas en la región, que tienen causas económicas estructurales y causas políticas coyunturales, entre otras cuestiones. Es tal vez más importante que nunca, al reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro del MERCOSUR y de la integración, diferenciar con la mayor claridad posible los cambios estructurales de las diferentes correlaciones de fuerza que, siempre, son coyunturales. En cualquier análisis, de todas formas y desde nuestra perspectiva, la unidad regional tiene sentido y valor histórico, geopolítico y económico.

El MERCOSUR cumple 30 años. En la historia larga de América Latina y el Caribe es un tiempo breve. Pero en esa misma perspectiva y considerando las dificultades históricas que ha tenido la integración regional en este territorio, sus enemigos internos y externos, y sus complejidades, parece ser suficiente como para hacer una evaluación política que dé lugar a reflexiones con proyección de futuro.

Un poco de historia…

Dos procesos cambiaron la geografía política de Sudamérica en la década del 80, dos hechos cuyo vínculo intrínseco es indudable: la democratización, y la integración regional. Los procesos de unidad de este tipo han sido siempre, mal que les pese a quienes defienden intereses antagónicos, hechos políticos por excelencia. En nuestra región ese hecho político, en su utopía emancipatoria, ha sido un hecho maldito que ha buscado la autonomía y el desarrollo, la salida de la prisión geopolítica y económica del lugar periférico y dependiente que el capitalismo global y las potencias de cada época han buscado dar a nuestra región. Ese lugar, por cierto, en la medida en que genera dependencia y exclusión, es contrario a la esencia misma de la democracia, que radica en el ejercicio de la voluntad popular.

El hecho político de la integración contribuyó a conquistar, en la historia reciente post dictaduras, la consolidación de la democracia, la creación de espacios de concertación política y la configuración de la región como una zona de paz, desmantelando las previas hipótesis de conflicto entre países vecinos. Hoy, que estas conquistas que habíamos naturalizado se muestran amenazadas en toda la región, es más relevante que nunca destacar este hecho. La integración es fundamental porque crea las posibilidades de diálogo que niegan las tendencias centrífugas y los delirios hegemónicos o intervencionistas, de propios y ajenos. No es una condición suficiente, pero sí necesaria.

En la década del 90 la creación del MERCOSUR constituyó, desde una perspectiva mayoritaria en el período, un instrumento más para crear un anclaje institucional y jurídico regional de las reformas promovidas por el Consenso de Washington. En lenguaje llano, para volverlas irreversibles La mirada hegemónica de la época se plasmó en la economía política de la integración (regionalismo abierto), en su arquitectura institucional y su andamiaje jurídico, y en cómo fueron concebidas sus dimensiones social y ciudadana. La creación de una unión aduanera, sin embargo, así como la decisión que obliga a realizar negociaciones conjuntas, si bien concebidas como un primer escalón por los liberales de la época, dio un sentido de proyecto económico común que se mantiene hasta hoy, más allá de las tensiones y conflictos entre los Estados. Asimismo, a diferencia de las derechas que conoceríamos en el siglo siguiente, los liberales de aquel período pondrían particular atención en la construcción de una institucionalidad regional. Sus sucesores, menos prolijos, serían más brutales en este sentido, buscando arrasar con todo a su paso, tal vez en línea con las tensiones geopolíticas y los cambios del capitalismo global por estos tiempos. Las dimensiones sociales de la integración, en los ´90, serían concebidas como subsidiarias en un marco de jerarquización del libre comercio.

El cambio político regional que tuvo su nacimiento con la llegada de Hugo Chavez Frías a la República Bolivariana de Venezuela a fines del siglo, pero que se desplegó en los Estados parte del MERCOSUR con el arribo al poder de Luiz Inácio Lula de Silva y de Néstor Kirchner, en enero y mayo de 2003, rápidamente dejaría su huella en el proceso de integración regional. El bloque dejó de ser concebido como una mera plataforma comercial para ser considerado como un espacio de concertación política capaz de permitir mayor autonomía a nuestros países en el plano internacional, en nuestra búsqueda de una inserción internacional menos dependiente y promotora de un proyecto de desarrollo con inclusión. Vale aclarar, en cualquier caso, que la coincidencia de gobiernos populares en los Estados partes del MERCOSUR, suele olvidarse, duró apenas cuatro años. Desde la llegada al poder de Fernando Lugo en Paraguay en agosto de 2008, hasta el golpe de Estado que tuvo lugar en ese mismo país en junio de 2012. Coexistencia, en términos históricos, cuando menos efímera…

Aún así, este cambio tuvo un impacto importante en varios aspectos claves. En primer lugar, esta etapa tuvo en su ADN político la búsqueda de la democratización del proceso, con la creación del Parlamento del MERCOSUR o de espacios más o menos institucionalizados para la participación social de organizaciones y movimientos sociales en el bloque. Asimismo y sobre todo, también tuvo lugar una ampliación sin precedentes de las áreas de integración, a cuestiones y sujetos sociales olvidados por el MERCOSUR de los 90. Se destacan por su impacto político, productivo y social, las áreas de derechos humanos y de la agricultura familiar y campesina.

La evaluación económica del bloque suele ser la más compleja. La integración de mercado de los 90 profundizó las asimetrías entre los Estados y al interior de sus territorios y la concentración de los beneficios de la integración en un país, Brasil, particularmente desde la perspectiva de la radicación de inversiones. La década del cambio de época no lograría transformar radicalmente la economía política de la integración. No hubo una matriz de intereses comunes ni convergencia en los proyectos nacionales de desarrollo, así como hubo condicionantes internos y externos de peso. Sin embargo, y creemos que es importante destacarlo, el MERCOSUR devino una geografía en resistencia. En una primera instancia, sus Estados partes y Venezuela serían el pivote que haría posible la muerte del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005. Y luego, junto a Bolivia, conformarían la geografía que se resistiría a la avanzada de los acuerdos de libre comercio asimétricos que comenzarían a firmar los países de América Latina y el Caribe.

La ampliación a Venezuela, basada en razones históricas, políticas y geopolíticas, también constituía un engranaje de ese proyecto autonómico. Tenía el potencial de crear un polo de poder desde el Atlántico Sur hasta el Caribe que se colocara en un lugar de peso a nivel global, reconfigurando equilibrios.

Los intentos de restauración que llegaron al MERCOSUR con el golpe de Estado en Paraguay, para fortalecerse con la llegada al poder de Mauricio Macri, el golpe institucional en Brasil y la suspensión ilegal de Venezuela del bloque, buscaron trazar un sendero de retroceso en todos y cada uno de estos aspectos. A 45 años del golpe de Estado en Argentina, que tuvo en su ADN un proyecto económico claro, es preciso destacar que el sendero de retroceso del MERCOSUR, hacia una economía política de acuerdos asimétricos que profundizan la primarización y la dependencia, el carácter periférico y subordinado en términos económicos y políticos, y la exclusión social, sólo pudo llegar al MERCOSUR de la mano de la ruptura institucional en Paraguay y Brasil, del resquebrajamiento democrático en Argentina por la llegada al poder de la base civil de la dictadura, y por la suspensión ilegal de Venezuela, que viola el derecho del bloque. Si caben dudas acerca del tratamiento que dan estos gobiernos a la democracia, baste como ejemplo el hecho de que el gobierno de Mauricio Macri en Argentina, más allá de su legitimidad democrática de origen, suspendió por decreto las elecciones para el Parlamento del MERCOSUR, violando el derecho nacional y del MERCOSUR.

Hoy, 30 años después… Unidad, aunque duela

30 años después, el MERCOSUR experimenta hoy probablemente uno de los momentos de mayor tensión en su historia. El binomio Argentina-Brasil es en gran medida un eje de esa tensión. La distancia que por momentos parece insalvable se da en tres aspectos clave. En primer lugar, está caracterizada por diferencias políticas evidentes y explícitas. En segundo lugar, las diferencias en cuanto al proyecto económico de integración y la inserción internacional del bloque. Aquí la ecuación es 3 a 1 para la República Argentina, que es el único país que busca generar y fortalecer un sendero de industrialización y desarrollo con inclusión. También es el único país con un posicionamiento autónomo en relación con el mundo desarrollado y, especialmente, con respecto a EEUU, como lo demuestra la reciente salida del Grupo de Lima. Y en tercer lugar, y lo que parece más grave, con respecto al valor estratégico otorgado por cada uno de los Estados partes a la integración regional. Este valor parece ausente en su perspectiva de desarrollo y autonomía en Brasil, Paraguay y Uruguay, más allá de lo discursivo.

Estas tensiones se dan en un momento en que el mundo es atravesado por una disputa hegemónica clara, por tendencias a un proteccionismo selectivo y regionalizado, y con una Sudamérica que se caracteriza por la fragmentación política y la desintegración económica. Es un momento, desde nuestra perspectiva, en el cual la unidad es más urgente que nunca para garantizar una autodeterminación multidimensional de esta geografía.

A la República Argentina, concretamente, le cabe hoy la difícil tarea de, sin dejar las convicciones en ninguna mesa de negociación, ni renunciar al cumplimiento del mandato electoral que no legitima el proyecto antagónico de los países vecinos, sostener la integración regional y sentar pragmáticamente las bases, dentro de lo posible en este contexto, de un proyecto diferente para el futuro. Por fuera de la institucionalidad de la integración, en los diversos espacios posibles e imaginables, de la calle a la frontera, cabe a los movimientos populares de la región seguir tejiendo unidad y acumulando fuerzas para sostener ese cambio que, más temprano que tarde, ocurrirá. Unidad aunque duela.


¹ Profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Avellaneda – Miembro del Observatorio del Sur Global – Ex Coordinadora de la Unidad de Apoyo a la Participación Social del MERCOSUR