Bolsonaro y la crisis institucional en Brasil

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La política brasileña parece haber encontrado en la montaña rusa de emociones y tensiones una forma de ser. La crisis política que comenzó con la crisis del gobierno de Dilma Rousseff, llevándola luego a la destitución, cárcel y proscripción de Lula y triunfo de Bolsonaro no encentra punto de estabilización. Si paramos la pelota por un momento a pensar sobre la situación actual de Brasil, ¿En dónde deberíamos detenernos para comenzar? Son muchas las cuestiones que implican la existencia del proceso político, económico y social de nuestro vecino país. 

Si recordamos las condiciones en que llegó Jair Bolsonaro a la presidencia, deberíamos tener en cuenta el proceso de impeachment a la por entonces presidenta Dilma Rousseff, que significó un fuerte ataque constante por parte de los medios de comunicación hacia el conjunto del Partido de los Trabajadores asociándolos como los culpables de la corrupción en todo el Brasil. A la persecución mediática, se le sumó la persecución judicial. Conocida mundialmente como el Lawfare, Lula sufrió la proscripción y la cárcel que desató no sólo una crisis hacia el PT sino una crisis de carácter institucional y de representación política que hoy en día perdura y se profundiza. 

Anatomía del gobierno de Bolsonaro

Los alcances de la crisis tienen que ver también con la naturaleza de la alianza de gobierno, en la que la mayoría de los analistas coinciden en reconocer a tres sectores tensionados entre sí.
Por un lado está el sector más ideológico “bolsonarista”, en el que se encuentran el propio presidente, sus hijos y el canciller Araujo. Influenciados por Steve Bannon, este grupo encuentra en el estilo de Trump una inspiración y busca homologar su rol de “conservadurismo contestatario”, delimitándose de todas las variantes progresistas a las que identifica con el PT, a la vez que plantea una subordinación de Brasil a la estrategia regional y global norteamericana.
El segundo grupo, está básicamente representado por los militares, quienes tienen un fuerte rol ocupando un número récord de cargos y dotando al dispositivo de gobierno de un ancla de estabilidad determinante. Las intervenciones del vicepresidente Hamilton Mourao han sido vitales para zanjar posibles crisis ante las posturas que hubieran podido derivarse de decisiones de Bolsonaro impulsadas por la demagogia del “conservadurismo contestatario”. Es el caso, por ejemplo, del anuncio del traslado de la embajada brasileña a Jerusalén en consonancia con lo resuelto por Trump, que luego fue relativizado por Mourao.
El tercer grupo de lo componen los sectores vinculados al poder económico y tecnócratas. De fuerte inspiración neoliberal, estos sectores desarrollan la agenda económica del gobierno, con Paulo Guedes, el ministro de Economía como uno de sus referentes.
En suma, el funcionamiento del gobierno se explica a partir de la ecuación que combina estas tres facciones. Según Oliver Stuenkel, esta heterogeneidad “logró atraer a tres grupos de electores muy diferentes: un primer grupo representado por personas bastante radicales que tienen nostalgia de la dictadura y que básicamente fueron atendidas por este primer grupo. Un segundo grupo en el que se ubican también personas que se incomodaban con la crisis de seguridad pública y que apoyaban la idea de tener más militares en el gobierno. Y un tercer grupo que creía que los tecnócratas podían controlar al presidente y que valoran básicamente las promesas de reforma económica articuladas por el Ministro Paulo Guedes; incluso Sergio Moro formaba parte de este grupo” mencionó Stuenkel, profesor de la universidad Getulio Vargas, en una reciente videoconferencia para la FICBC, según consigna MERCOSURabc.

Hasta la irrupción de la pandemia, la dinámica del gobierno se explicaba por la interacción de estos sectores y la dinámica de resistencia de los movimientos sociales y partidos opositores frente a la implementación de una agenda de profunde corte neoliberal.

Esta crisis institucional que arrastra Brasil, hoy se profundiza dentro del marco de la pandemia del coronavirus a nivel mundial y que afecta a este país de una manera muy fuerte. Brasil va camino a ser el país con más muertos en el mundo por COVID-19. Es decir, que a la crisis institucional se le agrega una crisis sanitaria. Producto de la irresponsabilidad de la in-acción política del presidente Jair Bolsonaro, subestimando una enfermedad que no tiene cura es que su imagen ha alcanzado los niveles más altos de desaprobación desde su asunción, aunque con un leve repunte en los últimos meses. En una encuesta de ATLAS publicada la última semana, el gobierno la imagen del gobierno también sigue deteriorándose.

La mencionada crisis institucional tiene otras características, en este sentido hay que mencionar la disputa entre el gobierno de Bolsonaro y diversos actores como los medios de comunicación, partidos políticos, la justicia. Todos ellos fueron los factores que se conjugaron para su llegada al gobierno, de allí que su estabilidad dependa de que pueda volver a un cierto equilibrio entre su discurso “anti político” y sus acuerdos cone stos factores de poder. Ante esta situación, donde Bolsonaro se pelea abiertamente con los medios de comunicación y la justicia avanza en investigaciones que pueden perjudicarlo; comenzó a mencionarse la idea de un posible autogolpe por parte del presidente y sectores de las fuerzas armadas. Una medida como esta no tiene el apoyo por parte de los partidos políticos tradicionales e incluso la percepción de la sociedad brasileña es en contra de esta idea. Así lo menciona el Atlas Político de El País de Brasil: “el 83% de la población está en contra de la implementación de un régimen de excepción y el 8.9% está a favor.”

La filtración del video de una conferencia de Bolsonaro con sus ministros pone sobre la mesa algo que se plantea desde hace tiempo; que es la intromisión por parte de Bolsonaro en la división de poderes del Estado y la irresponsabilidad con la que conduce los destinos de Brasil. Esta filtración puede modificar la relación de fuerzas y lo que hoy resulta dificil, mañana puede terminar en un inicio de investigación y que Bolsonaro atraviese un proceso de impeachment dentro de la Cámara de Diputados.

Destaquemos también la renuncia del Ministro de Justicia, Sergio Moro. Quien fue además la cabeza la investigación que llevó a Lula Da Silva sin una prueba a la cárcel por más de quinientos días. Moro renunció un día después de la reunión de Bolsonaro con sus ministros, en la cual él dice haberse negado al pedido del presidente para que modifique la cúpula de la Policía Federal para que encubran a su familia y amigos en investigaciones que se están llevando adelante en Río de Janeiro.

La apuesta por el centro político y un cambio de estrategia

Un análisis de fondo de la situación política de Brasil debe considerar que Bolsonaro representa una ruptura autoritaria con el modelo de presidencialismo de coalición que ha caracterizado a su régimen político, independientemente de la orientación de sus gobiernos, desde el retorno de la democracia en 1985. La fragmentación geográfica, ideológica y de representación de intereses del sistema político, junto a un sistema electoral que favorece la baja disciplina partidaria, determina que en el mejor de los casos el presidente tiene entre el 10 y el 15% de los diputados. Similar situación ocurre en el senado. En ese escenario, está obligado a pactar con una miríada de representantes en el congreso, articulados entre otros actores por partidos “fisiológicos” como el PMDB, que hunde sus raíces en la dictadura de 1964.

Lula Da Silva y Fernando Henrique Cardoso construyeron sus gobiernos de orientación política diferente sobre la base de distintas alternativas dentro del esquema del “presidencialismo de coalición”

Sobre esa base coalicional de fuerte dinámica centrista, se conformaron durante la segunda mitad de los ’90 los gobiernos del PSDB y a partir de 2002 los gobiernos del PT, sobre todo a después de la crisis del 2005. La crisis del gobierno de Dilma Rousseff se explica por la ruptura de su acuerdo con el PMDB que era la base de su apoyo en el Congreso y por eso el impeachment irregular logró progresar.

Esto desencadenó una profunda crisis de representación política y Bolsonaro, hasta entonces un diputado intrascendente y pintoresco, apareció como la mejor opción para evitar el retorno del PT. Con un discurso conservador y contestatario, misógino y de restauración del orden, pudo representar a los desencantados de los gobiernos del PT y de la derecha tradicional, tras el encarcelamiento y proscripción de Lula da Silva.

Hasta la irrupción de la pandemia, Bolsonaro había gobernado sin acuerdos orgánicos con el esquema del “centrao”, al que había incluso criticado públicamente. Sin embargo, a partir de la pandemia, su actitud proclive a minimizar los riesgos y por ende oponerse a las limitaciones de a la actividad económica determinó que en los hechos los gobernadores coordinaran acciones contrarias a sus definiciones con el hoy ex ministro de salud, Mandetta. Su reemplazante, Teich, duró sólo un mes.

Así las cosas, a pesar de la radicalización de su discurso anti cuarentena, y ante la amenaza de un nuevo juicio político esta vez en su contra, Bolsonaro decidió revisar su política hacia el “centrao” y comenzó a designar a representantes de estos partidos en segundas líneas del gobierno federal. ¿Hasta dónde llegará esta estrategia? ¿Alcanzará para estabilizar el gobierno en el marco del crecimiento exponencial de los infectados por COVID19 y la amenaza de una gran recesión? Las apuestas por ahora se inclinan por la continuidad del gobierno, pero la montaña rusa puede haber encontrado una pendiente sin retorno.