El Poder Evangélico en América Latina

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El avance del pentecostalismo en América Latina tiene implicancias políticas. Alcanzaron el poder en Estados Unidos apoyando a Trump, en Brasil apoyando a Bolsonaro y en Bolivia al golpe de Áñez. Reemplazan a partidos políticos en su trabajo territorial en sectores vulnerables, construyen sus propios medios de comunicación masiva y no dudan aliarse con figuras de la izquierda o de la derecha. Entre sus miembros hay presidentes, ministros y ministras, diputados y diputadas, asesores y asesoras que ocupan puestos clave en los gobiernos de la región.

Ariel Goldstein investigó cómo surgen y se expanden estos movimientos evangelistas en su libro Poder evangélico. Cómo los grupos religiosos están copando la política en América. A continuación, la introducción del libro como forma de avance del texto completo.

Introducción

Detrás del telón de nuestras débiles democracias, una nueva fuerza política y social se ha ido gestando al calor del poder. Inicialmente unos amateurs han estado expandiendo sus vínculos con el Estado e implantando su presencia social y territorial. Hoy cuentan con presidentes, ministros, imperios de medios, dictan los contenidos educativos de varios países, aparecen en las crisis políticas para apagar las llamas y obtienen sorprendentes recursos del Estado. Este proceso ocurre a espaldas de la ciudadanía, como uno más de los grupos de poder corporativos que toman decisiones trascendentes, de forma ajena al escrutinio público.

Los pastores evangélicos brindan su apoyo a los políticos, y los políticos con ambiciones y deseos de supervivencia los han transformado en socios del poder con capacidad privilegiada para tomar decisiones, ejercer presión y definir aspectos clave en Estados Unidos y América Latina contemporánea. En nombre de beneficios de corto plazo, los políticos progresistas y de derecha han establecido un pacto oscurantista con fuerzas religiosas conservadoras para garantizar su permanencia en el poder. A cambio, han entregado espacios trascendentes de las sociedades democráticas a las decisiones autoritarias de los pastores evangélicos.

Esta situación, que hoy se revela en toda su magnitud, no se trata de un hecho improvisado, sino de un paciente trabajo germinado en las condiciones históricas y sociales en que se ha ido desarrollando la política, la sociedad y la economía en los últimos años. Más precisamente, se trata, en las palabras del pastor evangélico brasileño Edir Macedo, de un “plan de poder” orientado a conquistar espacios de la sociedad y la política.

La llegada de la democracia de masas y el voto popular a principios del siglo xx en América Latina supuso un problema para las elites que habían gobernado durante el siglo xix. Hasta entonces, su permanencia en el poder se había asegurado principalmente a través del fraude y de regímenes de democracia restringida. A partir de inicios del siglo xx, en varios países de la región encontraron una reiterada dificultad para interpelar políticamente a los sectores populares, cuyo voto se había tornado crucial para llegar al Gobierno. El estallido de la crisis económica de Wall Street en 1929 dio lugar a las experiencias populistas de Juan Perón en Argentina, Getúlio Vargas en Brasil y Lázaro Cárdenas en México, que situaron a los sectores populares en el centro de la escena. Las elites tradicionales que habían gobernado la región encontraban dificultades para atraer a estos sectores hacia sus propuestas.

Desde entonces, hubo grandes dificultades para crear, por ejemplo en el caso de la Argentina, un “partido conservador de masas”, una carencia significativa de la derecha durante el siglo xx. Si bien en Argentina la Liga Patriótica, a inicios de los años 20, logró articular a los jóvenes católicos en formaciones de derecha, o el movimiento integralista en Brasil durante la década de 1930 se transformó en una importante fuerza política, no lograron perdurar en el tiempo a nivel electoral.

En reiteradas ocasiones, el golpe militar representó la forma de expresión primordial de la derecha y las elites en la región para interrumpir procesos de expansión de derechos. Esto se produjo especialmente durante el período de los 60 y 70, cuando la región latinoamericana se pobló de dictaduras de las Fuerzas Armadas. Esto ocurrió como respuesta a los procesos de radicalización política, que incluyeron la lucha armada en la que participaron muchos jóvenes tras el influjo de la Revolución Cubana de 1959 y la experiencia y asesinato de Ernesto “Che” Guevara en 1967.

En muchos casos, estos regímenes dictatoriales, conducidos por militares de las Fuerzas Armadas que habían sido formados en la Escuela de las Américas de Panamá, y articulados a través de la Operación Cóndor de intercambio de informaciones de inteligencia “antisubversiva”, encontraron una fuente de legitimidad en sectores conservadores de la derecha católica, que apoyaron a los gobiernos militares por su impronta conservadora en función de una coincidencia de valores. El caso chileno es representativo en este sentido, ya que el clero apoyó con beneplácito el golpe de Estado de 1973 perpetrado por Augusto Pinochet. Las dictaduras del Cono Sur justificaban su intervención militar en términos de una defensa de la “civilización occidental y cristiana”, que entendían amenazada por el “marxismo ateo” representado por la Unión Soviética.

En las décadas de los 60 y 70, el Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, impulsó una agenda en América Latina de cambio social asociada al catolicismo, y esto promovió una conciencia en muchas organizaciones católicas que pasaron a una militancia de izquierda en la región. Una parte de la Iglesia promovía el compromiso de los católicos con las desigualdades que asolaban al llamado “tercer mundo”. En distintos países de la región, tuvieron peso las corrientes de la Teología de la Liberación y las Comunidades Eclesiales de Base. En 1983, en el encuentro nacional de las “pastorales obreras” de Brasil, 97% de los participantes estaba a favor del Partido de los Trabajadores, lo que muestra la unión que existía entre el mundo católico progresista y la izquierda. En Argentina, las posiciones progresistas de la Iglesia dieron lugar al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

La emergencia de los partidos políticos evangélicos está asociada a la redemocratización propia de las décadas de los 80 y 90. Muchos habían ya comenzado a obtener notoriedad por su oposición a las alineaciones de izquierda de la Iglesia que habían sido adoptadas luego del Concilio Vaticano II. En los 60 y 70, frente a estas posiciones que adoptaba una parte del catolicismo latinoamericano, algunos grupos evangélicos adoptaban la visión fundamentalista del sur de Estados Unidos. Con la vuelta de la democracia en varios países de la región, los cambios en las creencias están originando una declinación en el número de los fieles católicos, que solían ser mayoría en el continente, y una irrupción de los evangélicos, en línea con un nuevo “cuentapropismo” religioso. Según el Pew Research Center, centro de investigación sobre religiones, de 1900 a 1960, los católicos conformaban el 94% de la población de América Latina. Pero ese porcentaje cayó drásticamente. Un estudio del mismo centro en 2014 mostró que 84% de los entrevistados habían crecido como católicos, pero solo un 69% se seguía identificando como tal. En contraste, solo 9% de los latinoamericanos crecieron como evangélicos, pero el 19% dice seguir esa religión actualmente.

Este crecimiento es atribuido a la conexión del pentecostalismo con la “ideología del milagro” que caracteriza las formas de la experiencia cotidiana en los sectores populares. Mientras, se manifiesta la incapacidad del catolicismo y sus rituales burocráticos para conectar con estas experiencias, lo que ha llevado a la Iglesia católica a perder terreno frente al avance artesanal y descentralizado de las iglesias evangélicas. Este carácter artesanal y descentralizado supone menores exigencias para desempeñar el oficio de pastor, la adaptación de la predicación a las lenguas y rasgos culturales locales y, por lo tanto, una expansión más rápida y dinámica de la penetración del culto religioso, lo que incide en la cantidad de fieles.

En este libro, el caso de Estados Unidos es considerado por la relevancia histórica que presenta con respecto a la relación entre los evangélicos y los grupos de la derecha política. Este modelo ha tenido influencia en América Latina, en términos de la entrada de los pastores evangélicos en la política entendida como un llamado de Dios y en la agenda de oposición al aborto y los derechos para las minorías sexuales, y como resistencia al “terror rojo”, un factor unificador de estos grupos.

En este contexto, las visiones conservadoras que caracterizan a muchas de las iglesias evangélicas contrastan con una situación donde la máxima autoridad del Vaticano, el papa Francisco, ha quedado asociada a una búsqueda de reformar la Iglesia para adaptarla a una visión más progresista, que presenta ciertas afinidades con los gobiernos del “giro a la izquierda” en América Latina que transcurrieron entre fines de los 90 y la primera década del siglo XXI.

La figura tradicionalista del papa alemán Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, cultivador del latín y las tradiciones, junto al estallido de los escándalos de pedofilia y abuso sexual en la Iglesia, situaban a la curia en una posición conservadora y cerrada al contacto con la vida cotidiana de los fieles. Benedicto, quien defendía los símbolos del poder clerical, representó un giro conservador en el Vaticano contra la Teología de la Liberación que defendía la “causa de los pobres”, y entendía a la Iglesia como “una fortaleza asediada por todos lados por enemigos, por los errores y las desviaciones de la modernidad”.

El cardenal Jorge Bergoglio, nombrado para la silla de San Pedro en 2013, se posicionó en varios temas con una mayor apertura política. Comenzó a defender una Iglesia que vaya hacia las periferias, que ame la pobreza y a los “heridos” por el sistema y las desigualdades, en reivindicación de la sencillez y la “austeridad de la vida”.

Abogó por la paz entre israelíes y palestinos y pidió por una agenda centrada en la consigna “Tierra, techo y trabajo”. También, bajo su dirección, la Iglesia católica lucha por que se permita en el Amazonas el ingreso de sacerdotes casados en áreas con escasa presencia eclesiástica, medida originada por la preocupación que causa en la diócesis católica el crecimiento de los evangélicos. Esta decisión lo ha llevado a Francisco a nuevos enfrentamientos con la curia conservadora, representada por Benedicto y el cardenal africano Robert Sarah, quienes se oponen a este cambio.

También, ha despertado el rechazo de ese sector su actitud más tolerante respecto de la homosexualidad, y su ataque más o menos frontal a los escándalos sexuales y de pedofilia en la Iglesia. El carácter innovador del papado de Francisco lo coloca en la vereda opuesta de los pastores, de la “teología de la prosperidad” y de los jerarcas católicos conservadores.

De este modo, hay una definición de identidades por oposición entre los evangélicos, cuya cúpula está dominada por autoridades que suscriben a valores conservadores, y la figura de Francisco, que representa una Iglesia más abierta a la denuncia de las desigualdades provocadas por el mercado y favorable al diálogo con los movimientos sociales.

Una dimensión central en el evangelismo es la conversión religiosa a través del “avivamiento” o el “despertar”. Se trata de una experiencia emocional, no intelectual, que es vivida como un llamado directo de Cristo. A diferencia de los católicos, que colocan en un lugar central a la Virgen María, para los evangélicos el papel fundamental es cumplido por Cristo y su llamado.

Desde su prédica en la Reforma Protestante, Lutero postuló la necesidad de establecer una relación personal con Dios, que debe ser “el único confidente del hombre”. Su mensaje suponía una valoración ética de la vida profesional junto con una conducta ascética y laboriosa en el mundo. Lo común a todas las denominaciones protestantes suponía la doctrina del estado de gracia, que postula un alejamiento del mundo, con principios apolíticos, que termina en una conducta ascética abocada a la profesión. Estas disposiciones a la acción fueron importantes para el nacimiento de la formación de la conducta burguesa y el espíritu capitalista.

La rama del pentecostalismo cree en las manifestaciones de Dios a través de expresiones sobrenaturales, lo que admite las profecías, demonios, milagros y hablar en lenguas. Puede entenderse como una “modalidad religiosa del protestantismo cristiano altamente emocional basada en el reconocimiento de los dones y carismas del Espíritu Santo”.

La “teología de la prosperidad” es una de las características del neopentecostalismo que empieza a liderar el movimiento evangélico en la región desde la década del 90, importando a la realidad latinoamericana el discurso de los movimientos evangélicos de Estados Unidos. Frente a una situación donde “las raíces religiosas comenzaron a secarse y ser sustituidas por consideraciones utilitarias”, postula entre Dios y el fiel una relación pragmática y carismática. Esta teología sostiene que la prosperidad económica es el signo de que es Dios, y no el Diablo, el que actúa en la vida de la persona, promoviendo la actuación de los fieles como emprendedores. Por lo tanto, para obtener una mayor prosperidad es necesaria una contraparte económica, de la cual estas iglesias evangélicas se benefician: el diezmo. Esta visión entra en directa confrontación con la propia del cristianismo dirigido a los más pobres, que busca representar Francisco e identifica a la pobreza con lo beato.

Estas nuevas subjetividades involucran la percepción de la movilidad social como un resultado del esfuerzo individual y con la manifestación de la gracia de Dios en las propias obras. La “teología de la prosperidad” postula una afinidad entre una visión neoliberal y la prosperidad económica, ajena al reconocimiento de la acción del Estado y las políticas públicas. Los programas televisivos de estas iglesias hacen referencia al “Pacto con Dios” y el progreso económico que sobreviene del mismo de la mano del emprendedorismo y la iniciativa individual. Según promueven, “la pobreza y la tristeza no son una condición social, sino un mal espiritual”.

El programa de la Iglesia Universal del Reino de Dios en la Argentina, llamado Nación de Vencedores, hace una permanente referencia a esta cuestión. El testimonio de Carlina dice: “No tenía visión para emprender, soy contadora pública, pero siempre había una barrera. Hice un pacto y todo cambió. Hoy tengo mi auto 0 km, vivo en un barrio cerrado y puedo ahorrar. Les digo a los jóvenes que, confiando en Dios, uno puede encontrar su camino”.

A su vez, las iglesias pentecostales realizan un importante trabajo social en los barrios populares, y es en esa acción donde encuentran la penetración en el mundo de los pobres que les permite mantener el crecimiento en la cantidad de fieles. Esta construcción de lazos de solidaridad y pertenencia es parte del trabajo cotidiano de las iglesias evangélicas en lugares donde el Estado se encuentra presente de forma represiva o corrompida. Donde los lazos sociales se encuentran atravesados por adicciones, violencia doméstica, inseguridad y narcotráfico, y predomina lo que se ha denominado como “cadenas de la violencia”, una violencia refuerza a la anterior y genera nuevas violencias. Es por eso que existe un vínculo entre el florecimiento de las iglesias evangélicas y las barriadas populares que cuentan con mayores carencias.

Los grupos pentecostales se han ido expandiendo en distintos lugares del mundo, especialmente en África, en países como Angola y Nigeria, donde han construido enormes iglesias.

Si bien África y América Latina parecen ser los espacios continentales donde se expande especialmente el evangelismo, hay países de Asia, como Corea del Sur, Filipinas e Indonesia, donde adquieren cada vez mayor importancia. En Corea del Sur, el pastor Rev. Jun Kwang-hoon se ha convertido en una figura conservadora central, está contra el aborto y la homosexualidad, y cuestiona la figura del presidente Moon Jae-in, acusándolo de “comunista” de Corea del Norte y pidiendo su renuncia en marchas multitudinarias. En Australia fue elegido como primer ministro un cristiano evangélico, Scott Morrison, el primer mandatario pentecostal de la historia del país, quien se opone a los migrantes, y que al vencer en 2018 destacó: “Siempre he creído en los milagros. Estoy de pie con los tres milagros más grandes de mi vida y esta noche nos han entregado otro”. Al igual que Donald Trump, cuenta con el apoyo del magnate de medios Rupert Murdoch, quien defiende una visión conservadora del orden social.

Los grupos evangélicos neopentecostales pretenden erigirse en defensores y custodios de los “valores tradicionales” de la familia, la juventud, la niñez, el divorcio y la educación sexual y reproductiva. En esta visión, se destaca el carácter jerárquico de ordenación de la vida cotidiana de las iglesias evangélicas a partir de normas que rigen el funcionamiento de la familia como base de la sociedad. Este crecimiento ha evolucionado de forma conjunta con la llamada “revolución de las mujeres”, que ha puesto en crisis las jerarquías en las relaciones de género en distintas sociedades. El movimiento feminista ha desarrollado una notable influencia sobre la agenda pública de Argentina, Estados Unidos, Brasil y Chile.

En Estados Unidos, el movimiento #MeToo, liderado por cantantes y actrices del mundo del espectáculo, cuestiona el carácter patriarcal y racista de las instituciones norteamericanas. Tras el discurso inaugural de Trump, se realizó la marcha de mujeres más importante de la historia estadounidense el 21 de enero de 2017, con epicentro en Washington, Nueva York y Chicago. La actriz y activista, America Ferrera, hija de padres hondureños, destacó que “el presidente no es América. Su gabinete no es América. ¡Nosotras somos América! Y estamos aquí para quedarnos”.

Estos nuevos movimientos tienen una impronta generacional que pone en crisis la reproducción histórica de las relaciones de género. Un rasgo que caracteriza actualmente el escenario internacional es que la oposición a la agenda de derechos liberales y el feminismo acerca a grupos católicos conservadores y grupos evangélicos.

Analizaremos en este libro las raíces de los movimientos y las coyunturas consideradas clave y que manifestaron el paso de los evangélicos hacia un mayor protagonismo político en cada país. Se trata de un fenómeno que se expresa actualmente en todo el hemisferio, que ha sido poco estudiado de forma comparada, y representa una presencia considerable que modelará el futuro de nuestro país y la región.Nos proponemos, así, observar los vínculos entre los grupos evangélicos y las expresiones políticas autoritarias. Es importante destacar que no se pretende reducir las formas del evangelismo a la derecha tanto a nivel religioso como político. El evangelismo comprende una diversidad religiosa e ideológica, y sería un error colocar a todos los evangélicos en esa categoría. Sin embargo, el propósito aquí es estudiar, en esta coyuntura internacional, cómo se ha producido esta amalgama y entroncamiento creciente entre el evangelismo y las expresiones políticas autoritarias.

Hemos seleccionado aquellos que consideramos como los casos más significativos que expresan este giro a la política autoritaria y popular de las ramas del evangelismo en Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, México, Perú, Colombia, Venezuela, Estados Unidos y Centroamérica. Los evangélicos son vistos como fuente de construcción de poder en distintos países y pueden armar alianzas también con fuerzas de izquierda. Veremos los casos de Venezuela con Maduro, Nicaragua con Ortega, Brasil durante el período de Lula y México con López Obrador. Sin embargo, con lasfuerzas de derecha suele producirse un tipo de alianza mucho más frecuente sobre una coincidencia de valores. Mientras que en el caso de las fuerzas de izquierda predomina sobre todo una “alianza pragmática” de mutua conveniencia, con las fuerzas de derecha predomina en general una “alianza de visión común”, una confluencia de valores y políticas públicas.

A su vez, es importante señalar el papel que cumple Israel en la cuestión evangélica. Israel se ha convertido, durante el Gobierno de Benjamín Netanyahu, en la meca de estos grupos por la “la creciente influencia de un grupo cuasievangelista de judíos nacionalistas religiosos que adhieren a posturas antifeministas y antigay y a una ideología mesiánica de extrema derecha”. El reinado de Netanyahu, que ha modelado la política israelí de los últimos años, se encuentra basado en la unión entre la derecha ideológica y los ultraortodoxos. En la interpretación bíblica de los pentecostales,Jerusalén es una ciudad sagrada donde se espera la gran batalla del Armagedón en la cual Cristo volverá a restaurar su reino.

Esta visión de Israel como tierra para la llegada del mesías ha servido en términos de relaciones internacionales para unificar intereses de un proyecto de poder que une a las comunidades evangélicas de Estados Unidos y los países latinoamericanos detrás de Israel como representante de un Estado religioso de extrema derecha, lo que fortalece el proyecto político de Netanyahu.

La emergencia de las redes sociales ha permitido una comunicación directa, sin los periodistas como intermediarios, para el florecimiento de nuevos referentes. Esto se ha sumado al fenómeno de comunicación de masas de los teleevangelistas, pastores que se han convertido en estrellas mediáticas con audiencias de millones. Este fenómeno era inicialmente propio de Estados Unidos, pero se ha expandido enormemente hacia Brasil y otros países latinoamericanos.

Estos hechos prefiguran un futuro crecimiento en el número e influencia de los grupos neopentecostales en la política de los países del hemisferio, que colabora en el desarrollo de nuevas fuerzas políticas autoritarias. Ya no se busca incidir solamente desde las iglesias, sino disputar la política desde la representación partidaria y electoral, buscando introducir una agenda acorde a sus valores desde la presidencia, el Poder Legislativo o el Poder Judicial.

Uno de los propósitos de este libro es identificar a los principales intermediarios entre la religión y la política para la concreción y el desarrollo de estas alianzas. En este sentido, es posible considerar que estos líderes entre el mundo político y religioso se han convertido en importantes intermediarios entre las fuerzas políticas conservadoras y las bases populares evangélicas, de vital importancia para la sustentabilidad de estos gobiernos.

¿Qué similitudes y diferencias existen en la trayectoria de estos grupos en los distintos países? ¿Qué agendas políticas defienden? ¿Quiénes son sus principales líderes? ¿Cómo han colaborado para el auge de nuevas fuerzas políticas autoritarias? ¿Qué tipo de alianzas han establecido con los gobiernos de izquierda y de derecha?

El libro puede conseguirse aquí, en Marea Editorial.