Mirada Multipolar | ¿Protestas democráticas o intento destituyente? Bielorrusia como bisagra entre bloques

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por Sebastián Tapia

Los resultados de las elecciones presidenciales bielorrusas del 9 de Agosto iniciaron una serie de protestas callejeras, principalmente en la capital, Minsk, y otras grandes ciudades. La Comisión Electoral Central (CEC) de Bielorrusia otorgó el triunfo al actual presidente, Aleksandr Lukashenko, con el 80% de los votos, garantizando su sexta reelección. La oposición desconoció los resultados, inició una serie de protestas callejeras y exige la dimisión del presidente. Un escenario muy similar a lo que se conoce como “Revolución de Color”.

Los candidatos

Aleksandr Lukashenko, presidente reelecto según los datos oficiales y eje de todas las críticas por parte de la oposición. Gobierna el país desde la creación de la Constitución de la República de Bielorrusia, en 1994, ganando las elecciones con un 45,8% en la primer vuelta y un 80,6% en la segunda. Luego fue reelegido en 2001 por el 77,4%, en 2006 con el 84%, en 2010 con el 79,65% y en 2015 con el 83,47%. Las encuestas preliminares a la elección, dadas por los medios oficiales, le daban entre el 69% y el 87%. Su gobierno se apoya en un fuerte aparato represivo estatal, que mantiene a la oposición dividida y minoritaria. Por otro lado, se presenta desde su primer mandato como un freno a las políticas neoliberales que abundan en la UE y como un garante de la independencia bielorrusa.

El desgaste tras 26 años de gobierno ha generado un crecimiento en la oposición, pero la reacción a esto por parte del gobierno fue desmedida. Al igual que en Rusia o Ucrania, el núcleo principal de la oposición se encuentra representado por personajes surgidos de las redes sociales. En Bielorrusia, el bloguero Sergei Tikhanovsky logró reunir una gran base de seguidores a través de su canal de youtube sobre la vida en las pequeñas aldeas bieolrrusas. Sergei anunció su candidatura, pero no fue aceptada por la CEC y fue detenido por haber participado en mitines no aprobados. Su mujer, Svetlana Tikhanovskaya, tomó el lugar como candidata y comenzó a armar su campaña política. Tikhanovsky volvió a ser arrestado cuando juntaba firmas para la campaña de su mujer por un altercado con la policía y desde entonces sigue detenido.

Otro candidato, Viktar Babaryka ex-presidente del Consejo de Administración del OJSC Belgazprombank, fue detenido en junio por evasión de impuestos y lavado de dinero. Sus seguidores produjeron una serie de protestas en todo el país, que terminaron cuando la CEC anuló la candidatura de Babaryka por haber recibido fondos del exterior para su campaña.

Valery Tsepkalo, Yuri Hantsevich, Volha Kavalkova, Mikalai Kazlou y Vladimir Nepomnyashchikh, no pudieron recolectar las 100.000 firmas para validar la inscripción de su campaña a tiempo, por lo que no pudieron participar. Tsepkalo igualmente se autoexilió en Ucrania, diciendo que se enteró que estaba por ser detenido pronto.

La eliminación de la carrera principal de los principales candidatos de la oposición no sirvió para desarmarla, sino que permitió la concentración en un candidato. Svetlana Tikhanovskaya junto con la esposa de Tsepkalo, Veronika Tsepkalo, y la jefa del equipo de campaña de Babaryka, María Kolésnikova, lanzaron una nueva campaña que fue menospreciada por Lukashenko.

Las elecciones

El proceso electoral arrancó unos días antes con el voto voluntario preliminar en algunos lugares y concluyó el 9 de Agosto como la fecha principal de la elección. No hubieron eventos significativos que alteraran el proceso, sino hasta el cierre del comicio. Hacia la tarde el ambiente se había enrarecido por el corte del servicio de internet en todo el país, el cual el gobierno declaró que fue realizado desde el exterior.  Con la llegada de las cifras oficiales a boca de urna otorgando un amplio triunfo al candidato de gobierno, que luego fueron confirmadas por la CEC, comenzaron las protestas callejeras. Svetlana Tikhanovskaya desconoció estos datos y asegura haber obtenido ella entre el 70% y el 80% de los votos. Al dia siguiente, el 10 de Agosto, presentó una impugnación de los resultados ante la CEC, comenzó a hablar de la necesidad de “un traspaso pacífico del poder” y declaró que no abandonaría Bielorrusia. Sin embargo, los únicos números con los que cuenta Tikhanovskaya para afirmar su triunfo son los de sus propios fiscales electorales.

Protestas y exilio

Las protestas callejeras tienen un nivel nunca antes visto en Bielorrusia. La noche del 9 de Agosto, fueron arrestadas 3.000 personas, dejando un saldo de 50 civiles y 39 policías heridos. Al día siguiente hubo un manifestante muerto tras explotarle en la mano un artefacto explosivo que intentaba arrojar a la policía. El 11 de Agosto,  los trabajadores de una fábrica en Minsk se declararon en huelga y llamaron al resto de la población a sumarse.

A pesar de su promesa al cierre de los comicios, Tikhanovskaya buscó refugio en Lituania. Desde allí anunció que no participará de las protestas y que sigue llamando a las autoridades a entregar “pacíficamente el poder”.

El gobierno sostiene la idea que estas protestas no están ligadas a las elecciones, sino que buscan derrocar el actual gobierno. El parlamento bielorruso apuntó en un comunicado a evitar la división de la sociedad y la desestabilización del país. En la misma línea, el Ministerio de Exteriores comunicó:

“Nos dirigimos a nuestros colegas, a nuestros vecinos; no se apresuren a hacer declaraciones que aumenten aún más la inestabilidad en la sociedad”

El presidente Lukashenko apuesta fuertemente a la tesis de la intromisión extranjera y sostiene que los manifestantes son dirigidos mediante comunicaciones desde Polonia, el Reino Unido y República Checa. También sostiene que son apoyados desde Ucrania y Rusia.

Lo que podría ser concebido como pura paranoia del gobierno ante un levantamiento popular, no parece tan extraño si uno considera que la oposición anunció la formación de un “Comité de Salvación Nacional” que buscará el reconocimiento internacional de Svetlana Tikhanovskaya como la verdadera presidenta elegida de Bielorrusia. Un procedimiento similar al que se utilizó bajo la figura de Juan Guaidó en Venezuela.

Reacción internacional

El resultado de las elecciones, al igual que las de Venezuela, dividió a la comunidad internacional entre quienes lo aceptaron y felicitaron al presidente Lukashenko y quienes lo rechazan y declaran nulas o viciadas a las elecciones.

Los países que felicitaron a Lukashenko por su sexta reelección fueron: Armenia, Azerbaiyán, China, Kazajistán, Moldavia, Osetia del Sur, Rusia, Siria, Tayikistán, Turquía, Uzbekistán, Venezuela y Vietnam. Se puede ver que son países del espacio post-soviético y afines a la integración euroasiática – además de Venezuela que hace años ha encontrado en Bielorrusia un socio para comerciar a pesar de las sanciones económicas.

En cambio, aquellos en contra son principalmente occidentales: Alemania, Canadá, EEUU, Eslovaquia, Lituania, Polonia, el Reino Unido, Suecia, Suiza y la misma Unión Europea.

Es interesante reparar en el comunicado emitido por el Departamento de Estado estadounidense, declarando a las elecciones presidenciales en Bielorrusia “ni libres ni justas”. Critica el no permitir observadores internacionales – que tampoco está permitido en muchos estados de los EEUU – y la detención de manifestantes pacíficos y de periodistas – como sucede en Portland y otras ciudades por las manifestaciones anti-racismo.

La más extrema de las reacciones llegó de los vecinos de Bielorrusia. El presidente lituano, Gitanas Nauseda, anunció que su país junto a Polonia y Letonia se ofrecen para mediar entre el presidente y la oposición. Pero para ello, requieren tres condiciones: frenar la represión, liberar a los presos y formar un concejo nacional para negociar con la oposición. La oferta no parece tan desinteresada cuando implica que de no aceptarse esos términos, se le apliarían sanciones económicas bilaterales o desde la Unión Europea.

La relación con Rusia

Lukashenko siempre ha tenido una política exterior cercana a Rusia. Hacia fines de los ’90 firmó el Tratado de Unión entre Bielorrusia y Rusia, buscando establecer órganos supranacionales que lleven a una unión política, económica y militar entre ambos estados. Sin embargo, con el tiempo el proyecto fue deteniéndose por el temor de Lukashenko a que su país sea totalmente absorbido por Rusia. Muchas instituciones, como un parlamento común o una Corte Suprema común, nunca fueron establecidos. Se llegó a discutir la unificación de la moneda bajo el rublo ruso, pero finalmente también fue descartado.

La eterna promesa de la Unión le sirve a Lukashenko para negociar precios subsidiados de nafta y de gas. Por territorio bielorruso transita la mayoría del gas que Rusia vende a Europa, en especial tras la crisis de Crimea en 2014. Además, la cercanía geográfica hace fundamental la alianza militar con Bielorrusia para que Rusia pueda defender efectivamente su exclave de Kaliningrado, llegado el caso de una confrontación con el resto de Europa. Por eso ambas naciones realizan año a año los ejercicios militares Zapad y Bielorrusia adquiere equipamiento militar de Rusia.

En los últimos años Lukashenko se ha balanceado entre esta cercanía, y casi unión, con Rusia y Occidente. Tras la reintegración de Crimea a Rusia en 2014, tanto Estados Unidos como la Unión Europea se han acercado a Bielorrusia para evitar que ésta caiga fuertemente en la órbita rusa.

El politólogo Andrew Korybko sostiene que Lukashenko ha exagerado la pendulación en ese balance. Demasiados enfrentamientos con Moscú, por el gas, por la Unión o incluso por acusar al Kremlin de estar detrás de la desestabilización del país antes de las elecciones, llevaron a pensar al bando contrario que ya no contaría con la protección de Moscú en caso de una revolución de color. Y por eso la desarrollan ahora.

Esta última provocación, la acusación a Moscú de enviar mercenarios para desestabilizar las elecciones o incluso matar a Lukashenko, pudo incluso haber sido resultante de un plan ucraniano para distanciar estos países.

El presidente Putin, omitiendo estas desaveniencias recientes, ofreció acercar a Bielorrusia al proyecto de integración euroasiática a través del comunicado en el que felicita a Lukashenko por las elecciones:

“Espero que su gobierno facilitará más desarollo de las relaciones beneficiosas mutuas entre Rusia y Bielorrusia en todas las áreas, cooperación cercana dentro del Estado Unión, integración más extensiva dentro de la Unión Económica Euroasiática y la Comunidad de Estados Independientes, y enlaces militares y políticos dentro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. Sin dudas, estos esfuerzos sirven al núcleo de intereses de las hermanas naciones de Rusia y Bielorrusia”

Conclusiones

Los resultados de las elecciones bielorrusas siguen siendo discutidos. A lo mejor los resultados dados por la CEC no se ajusten perfectamente a los votos emitidos, aunque es difícil también comprobar que no lo hagan. El primer paso dado por la oposición fue el correcto, desconocer el resultado e impugnarlo, si lo consideraban falso. Pero el accionar de toda la oposición una vez comenzadas las protestas, parece señalar que no se trata simplemente de denuncias de fraude.

Por empezar, es incomprobable el 70%-80% que reclama haber obtenido la oposición. No se condice con las encuestas anteriores a las elecciones, ni con ninguna elección anterior. Pero sirve para poder declararse ganadores y no para discutir la diferencia por la cual perdieron.

El exilio a un país vecino, desde el cual exigir el reconocimiento internacional de la oposición como gobierno verdadero, es típico de las revoluciones de color. En especial el desconocer el resultado electoral. Desde la Revolución de las Rosas (Georgia 2003), la Revolución Naranja (Ucrania 2004), el autonombramiento de Guaidó (Venezuela 2019) o el golpe en Bolivia (2019), el exagerar los problemas electorales de un país pueden ser utilizados para imponer un nuevo gobierno más cercano a los países que fomentan la acción desde fuera.

Por este motivo, la oferta de “mediación” por parte de Lituania, Letonia y Polonia es más que sospechosa. Estos países buscan reforzar la frontera este de la OTAN para confrontar con Rusia. De lograr poner a Bielorrusia de su lado, cerrarían el cerco sobre Moscú – desde los países bálticos hasta Ucrania. Esta política de aislamiento de Rusia no es compartida por toda la Unión Europea, ni toda la OTAN, pero sí por los vecinos de Bielorrusia.

Lukashenko cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas y de seguridad, además de la mayoría del pueblo bielorruso. Es muy probable que puede sofocar las protestas mediante la represión. Pero deberá replantearse una reforma del sistema político y del sistema electoral para volver a estabilizar el país. Y tal vez, será hora de dejar de balancearse entre Europa y Eurasia para definir a dónde quiere pertenecer Bielorrusia.