Pensar la Unidad Sudamericana hoy | Leandro Morgenfeld

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El miércoles 16 de Septiembre tuvimos el segundo diálogo del ciclo “Pensar la Unidad Sudamericacna hoy”, coordinado por Mariana Vázquez y el auspicio del Centro de Estudios en Ciudadanía, Estado y Asuntos Políticos de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). A continuación las intervenciones de Leandro Morgenfeld, Investigador adjunto del CONICET y co-coodinador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”.

Primera Intervención

Muchas gracias a Mariana y a Federico por la invitación. Y, a través de ellos, a la gente del Observatorio del Sur, del CEAP, de AERIA y de CLACSO, que también estaban invitando a este encuentro. La verdad es que entre todas las ocupaciones de estas semanas es una grata alegría estar acá compartiendo con tanta gente, con Verónica y por supuesto con Enrique y con otros colegas que veo que están participando.

En primer lugar,  voy a recoger muy brevemente el guante, ya que Mariana planteó este debate sobre si corresponde o no hablar, retomando lo que venían discutiendo en el primer encuentro, de una nueva guerra fría, y Verónica también lo tomó. Yo voy a decir como historiador que no me gusta la idea, o por lo menos me parece que sería problemático seguir hablando o hablar de una continuidad de la guerra fría. Cuando pensamos en la guerra fría, estamos pensando en un periodo histórico muy concreto, que va si queremos de 1945 o 1947, cuando Truman lanza la doctrina de la contención, hasta la disolución de la Unión Soviética en el año 91. Y si bien, es cierto, como Verónica recién enumeraba, que hay una serie de elementos comunes con aquella época, lo clave es que no hay una confrontación, creo yo, entre dos regímenes económico- sociales como había en aquel momento. No hay una serie de países coordinados en torno a Estados Unidos, defendiendo un proyectó, un regimen capitalista contra otros países socialistas. Sin meternos en la discusión sobre qué tipo de socialismo había, si eso era socialismo, etcétera. Entonces me parece que sí, que estamos en una etapa de confrontación, en una nueva bipolaridad, que hay una disputa estratégica claramente entre Estados Unidos-China y muchos otros actores, pero con una diferencia, me parece sustancial, con ese otro periodo. Pero no voy a hablar de eso específicamente, sino que voy a hablar de un tema más mucho de coyuntura: las elecciones en Estados Unidos.

Dentro de las próximas siete semanas, por lo menos, creo que el mundo entero va a estar observando qué van a votar más o menos unos 150 millones de personas, que van a elegir al gobierno de un país que se atribuye el rol de gendarme planetario. Alguno dijo una vez que en las elecciones de Estados Unidos no deberían votar solamente los norteamericanos, sino que tendríamos que votar todos porque se elige una suerte de gobierno mundial. Y me animo a decir que el 3 de noviembre no va a terminar la historia de las elecciones en Estados Unidos.

En primer lugar, ésta es una elección bastante particular en Estados Unidos. Es cierto que Trump dijo “es la elección más importante de toda la historia de “Estados Unidos” hace pocos días, exagerando, como suele hacer él, pero es una elección muy singular porque se da en un momento en el cual la hasta ahora principal potencia planetaria está atravesando una cuádruple crisis. Es decir, el escenario es totalmente distinto al que teníamos hasta febrero de este año. En los últimos seis meses Estados Unidos es el epicentro de la crisis de la pandemia, y de la crisis sanitaria a nivel global, con más de 200 mil muertos y más de 7 millones de contagiados confirmados. Está atravesando una profundísima crisis económica. EEUU tenía en febrero la tasa de desocupación más baja desde la posguerra, de los últimos 70 años: 3.5%. Prácticamente nadie dudaba de que Trump iba hacia una casi segura reelección, la bolsa creciendo como nunca, el desempleo más bajo que nunca, el partido demócrata que había abortado la posibilidad de una propuesta digamos novedosa de izquierda que generaba mucho entusiasmo en torno a Bernie Sanders se abroqueló atrás de Biden, de un candidato poco carismático. Entonces a finales de febrero y principios de marzo todos los analistas decían que Trump tiene el camino allanado a la reelección. Este escenario cambió. Dos meses después, en abril, la desocupación era de 14,4%, la más alta desde los años 30, y ningún presidente norteamericano logró la reelección en esas condiciones económicas. Sólo por mencionar una de las variables, el FMI dijo hace pocas semanas que Estados Unidos va a caer 8 por ciento este año. Piensen ustedes que en la peor crisis de los últimos 70 años, la del año 2009, después la crisis del 2008, cayó un poco más de un punto el PBI en Estados Unidos. El fondo monetario dijo que va caer el 8 por ciento este año.

Además, una crisis social a partir del asesinato de George Floyd que desató una oleada de protestas como no veíamos de los años 60 y que contra lo que algunos pronosticaban no desapareció. Siguen las protestas y ya pasaron cuatro meses Es decir que se trata de una situación inédita, de un clima social que no veíamos desde finales de los años 60, sumado a una creciente crisis política en la cual vemos un establishment, incluso bipartidista, a eminentes representantes del partido republicano que dicen no hay que votar a Trump sino a Biden. Esta es la situación que hace de esta elección una elección muy particular y con final abierto.  Esto ha estado modificándose en los últimos días. Así como en febrero todos decían que lo más probable era que gane Trump. Todo presidente norteamericano que va por la reelección casi siempre la consigue, el último que no lo consiguió fue hace 28 años (George Bush padre), en los últimos 70 años sólo tres presidentes no lograron la reelección. Le va bien a la economía, cumplió buena parte de las promesas que hizo, aunque a nosotros no nos guste, existe una base de apoyo muy consolidada, va a ser reelecto. En el medio de esta cuádruple crisis cambió la situación y en julio todo el mundo y todas las encuestas decían que Trump no tiene posibilidades de ser reelecto por lo que les mencionaba antes. Veíamos promedios de encuestas de 10, 12, 14 puntos arriba a Biden, y todos decían que ahora salvo que ocurra un milagro va a ganar Biden las elecciones. Algunos decíamos “ése es el escenario más probable pero no nos olvidemos de lo que ocurrió en el 2016”, cuando prácticamente nadie creía que Trump tenía posibilidades de ganarle a la candidata del establishment que era Hillary Clinton.

En los últimos días la situación cambió. La economía está mostrando un rebote. La discusión es sobre cuán profundo va a ser. La tasa de desempleo que en abril les dije que había subido a 14,4% por ciento, que en realidad es mayor porque hay más cuestiones técnicas por las cuales tenemos muchas más decenas de desocupados que los que indican las encuestas oficiales, pero esa tasa se redujo al 8 4%, que fue el último indicador. Y sin duda, además de apostar a esta rápida recuperación económica, por eso los republicanos y Trump están impulsando dejar de lado todo tipo de políticas de confinamiento, es decir dejar lo sanitario de lado para lograr una reactivación económica que genere condiciones de una posible reactivación y reelección.  El tema de poder anunciar antes del 3 de noviembre por lo menos que se tiene la vacuna. Vemos que hay una carrera global. También Rusia y China en las últimas horas acaban de anunciar que en noviembre empezarían ya con la vacunación masiva. Bueno, Estados Unidos o el gobierno norteamericano por lo menos pretende hacer ese anuncio de antes las elecciones. Queda poco tiempo, quedan siete semanas, pero sin duda por supuesto las elecciones y la suerte electoral tienen que ver con las expectativas y con cómo muestra Trump o no muestra que puede encabezar la salida de los dos epicentros de la crisis: el tema económico y el sanitario.

En este sentido, para decirlo rápidamente y para poner blanco sobre negro, el final es absolutamente abierto. Además Estados Unidos tiene un sistema electoral muy anacrónico, muy obsoleto, quizás de los más anti democráticos de todo el mundo, donde no gana el que tiene más votos, sino que el que gana es el que gana en el colegio electoral. Recuerdo que hace cuatro años Trump ganó con casi 3 millones de votos menos que Hillary Clinton y, sin embargo, arrasó con el colegio electoral. La elección no es obligatoria. En el 2016 voto el 55 % ciento de la gente habilitada. Fíjense que en Argentina el año pasado en las elecciones presidenciales voto el 81 %. Trump ganó, llegó a la presidencia con el apoyo del 27%. Hablo de los mayores habilitados para votar. Cuando uno ve las encuestas y dicen que a Trump lo apoyó el 40% y lo repudió el 60%, hay que considerar que mucha de esa gente que lo repudia, sobre todo los jóvenes, después no va a votar. Entonces es más compleja la situación y mucho más compleja en el escenario de pandemia donde el voto presencial, como se vio en las últimas semanas en buena parte de las primarias, es más complejo. Por eso Trump está tratando de impulsar el mecanismo de supresión del voto, que es algo que los republicanos en general usaron en los últimos años, que es tratar de que los más pobres sobre todos los afrodescendientes, las minorías, los latinos, no vayan a votar, no ejerzan ese derecho. La elección es en un día laborable, hay que inscribirse, es complejo, no hay un documento nacional de identidad, no hay un padrón único, etcétera. Trump está tratando de bloquear todo lo posible, con el jefe del correo que puso él, la posibilidad del voto anticipado. Con respecto al voto por correo, dijo que eso va a ser “un mecanismo de un fraude masivo” y hace pocos días, el 20 de agosto, dijo “estas van a ser las elecciones más fraudulentas de toda la historia”. Con esto cierro y paso a Estados Unidos con América Latina.

La semana que viene empieza una nueva etapa en este proceso muy singular de elecciones en Estados Unidos, porque el martes que viene va a ser el primero de tres debates presidenciales. Va a haber uno el martes que viene y dos en octubre. En este terreno Trump tiene todas las de ganar. Ya vimos hace cuatro años el desastre que produjo contra Hillary Clinton. Trump es especialmente bueno en esa arena y Joe Biden es especialmente malo. Trump es el presidente más longevo en llegar a la casa blanca, pero Biden es cuatro años mayor, tiene 77 años. En síntesis, mi hipótesis es que el proceso electoral que se está realizando con estas particularidades está desprestigiando más a Estados Unidos y es una expresión, por un lado, de este proceso de declinación hegemónica de Estados Unidos, pero al mismo tiempo, potencialmente puede acelerar ese proceso de transición hegemónica. Es decir, la imposibilidad de que Estados Unidos siga mostrándose como el faro de la democracia, el faro de la república, el faro institucional a nivel global, cosa que utilizó como una de sus herramientas y sus armas ideológicas durante todo el periodo de la guerra fría, ya que planteábamos analogías. ¿Por qué digo esto? Porque Trump dice “yo no sé si voy a reconocer el resultado las elecciones” y es cada vez más probable que si pierde por poco, termine habiendo un escándalo político institucional aún mucho mayor que el de las fraudulentas elecciones del año 2000. Aquellas elecciones se definieron con una intervención de la Corte Suprema, cuando el presidente Bush hijo ganó el estado de la Florida, el mayor, el más importante de los “swing States”, donde votan millones de personas. Hubo semanas de debate y ese estado, además, oh casualidad, lo gobernaba Bush, hermano menor del aspirante republicano. También esto ocurrió hace cuatro años cuando Trump perdió el voto popular, pero ganó en Pensilvania, en Michigan y en Wisconsin, por apenas 77 mil votos, con denuncias de fraude por varias decenas de miles de votos y esto es probable que ocurra a gran escala y ya se está anticipando con el tema del voto por correo.

En cuanto al vínculo con América Latina, o cómo impacta este proceso electoral y lo que puede ocurrir en Estados Unidos para América Latina, me parece que hay que entenderlo como parte del proceso de transición hegemónica global que se venía debatiendo en el encuentro anterior y en este encuentro. La disputa entre Estados Unidos y China se está dando en todos los frentes, en todas las regiones y, por supuesto, también en América Latina. Estamos discutiendo quién invierte en la región, quién financia a la región, quién comercia con la región, quién aporta tecnología, por eso la lucha por el 5G que se vio en varios países de la región va a ser clave los próximos años. Quién acapara las materias primas de la región, quién instala bases militares o científicas y quién ejerce influencia política. Todo eso en esta región que, como recordaba sucintamente Verónica recién, fue parte de lo que Estados Unidos tradicionalmente desde la Doctrina Monroe llamó su patio trasero, su área exclusiva de influencia. Todo eso está siendo desafiado. Hoy China es primero o segundo socio comercial de casi todos los países de la región, prestamista, inversor y hasta, como en el caso de Argentina, tiene algunas bases que se discuten, como por ejemplo la base de prospectiva científica que hay en Neuquén. Esta pregunta se hace mucho ¿Qué le conviene a América Latina?¿Que gane Trump, que consiga la reelección o que gane Biden? Acá voy a decir sólo un par de cosas: ambos tienen el mismo objetivo estratégico, aquel que se planteó en la estrategia de Seguridad Nacional de diciembre de 2017 que mencionaba Verónica. Si Estados Unidos pretende seguir siendo una potencia hegemónica global tiene que sostener a lo que ellos llaman el hemisferio occidental, es decir todo el continente americano como su exclusiva área de influencia. Por eso dice que China y Rusia no son aceptables en esta región. Claro que lo hacen con estrategias diferentes. La estrategia de Trump es una estrategia mucho más bilateralista y mucho más apelando al hard power, al poder duro. La estrategia de Biden, en cambio, creo que va a ser con matices, pero una estrategia más parecida a la de Obama, es decir apelar al multilateralismo y apelar al smart power, al poder inteligente, aquel que había planteado Obama de vincular mecanismos de hardpower y de softpower. Un ejemplo de lo de Trump lo tenemos con lo que acaba de pasar este fin de semana en la elección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en la cual, rompiendo la tradición de los últimos 60 años desde 1959, impuso a su candidato Mauricio Claver Carone.  Y lo hizo sacando a un latinoamericano y poniendo a una figura clave, no solamente su asesor de seguridad nacional sobre el hemisferio occidental de la Casa Blanca, sino además a un descendiente de familias cubanas con muchísimo peso en el estado de la Florida, entre los sectores anticastristas y antibolivarianos de La Florida. Y eso tiene que ver con un ojo que está poniendo Trump no solamente en la cuestión estratégica de no dejar que China avance financiando a los países de la región como está ocurriendo, sino también en dar un guiño para ganar en el estado de la Florida, donde se impuso por el 1 por ciento en el 2016 y es un estado donde, hasta hace pocas semanas, iba cinco puntos arriba Biden, y hoy las últimas encuestas indican que hay una diferencia de 1 o 2 puntos por ciento. Quizás es el estado que vuelva a definir las elecciones. Un ejemplo de un mecanismo de softpower, quizás el que puede implementar Biden en caso de ganar, puede ser a convocar a las cumbres de las Américas. La del año 2021 es la primera después de 25 años que se va a hacer en Estados Unidos. Trump ni vino a la última cumbre de las Américas de 2018 en Perú. Es el primer presidente norteamericano que no participó en la cumbre de las Américas. Es más, no hizo ningún viaje a América Latina salvo cuando vino a la Argentina en el marco de la cumbre del G20.

Sobre ese proceso lo que hay que decir es que el problema no es mirar quién le conviene a América Latina, si  Biden o Trump sino por qué, pensar por qué y trabajar por qué. Me parece que la gente del Observatorio del Sur Global y Mariana tienen un rol clave. Es pensar por qué América Latina está absolutamente descoordinada en el marco de este proceso de disputa hegemónica. Lo peor que puede hacer la región es lo que acaba de mostrar el fin de semana pasado, que es no mostrar una estrategia conjunta para vincularse con EEUU pero también con el resto de las potencias extra hemisféricas.

Hay que reflexionar sobre la profunda debilidad que tiene América Latina por haber abandonado todos los mecanismos de coordinación política que supo construir en los últimos años: la UNASUR, la CELAC, los bloques políticos alternativos como el ALBA. Esta descoordinación explica su mayor debilidad. Creo que es fundamental que nuestra América recupere una estrategia de convergencia regional y me parece que, como lo intentó hacer la Argentina proponiendo una estrategia de confrontación en el BID con el grupo de Puebla, me parece que retomar esa senda y profundizarla es el mecanismo para salir de esta parálisis en la cual caímos en los últimos años, producto del avance de gobiernos de derecha.

Segunda Intervención

Hay cuatro preguntas. Las voy a trata de contestar muy sucintamente.

Efectivamente acá faltó, y es muy necesario, incorporar a Rusia que es otro actor clave, que vuelve a tener un protagonismo como no tenía Rusia al principio, en la posguerra fría. A Trump se le pueden decir muchas cosas, pero no es un loco  como aparece en la superficie, sino que tiene una estrategia de instalación internacional, una estrategia de política exterior que responde a determinados sectores de la clase dominante norteamericana, para decirlo rápidamente al sector americanista que confronta contra el sector globalista. En cuanto al vínculo con China propuso él, discutiéndolo incluso con el propio Henry Kissinger, que acá todos conocen, una movida geopolítica bastante interesante que tiene que ver con que Estados Unidos, para frenar el avance de China, no iba a seguir con la estrategia globalista de Obama, es decir los tratados del libre comercio, sino tratar de acercarse a la Rusia de Putin para provocar una separación entre Moscú y Pekín. Es algo similar a lo que impulsó Kissinger como secretario de Estado en los años 70, que fue romper el eje sino-soviético reconociendo la China de Mao para confrontar a la economía soviética. En este caso sería al revés: acercarse a Putin para confrontar con China.

Y aquí hay un elemento interesante en el que sí podemos ver una continuidad con la Guerra Fría. En el establishment político norteamericano sigue existiendo una rusofobia, es decir una enorme resistencia a cualquier tipo de acercamiento con Rusia. Desde que Trump ganó el 8 de noviembre de 2016 y hasta que asumió en enero, se hicieron todo tipo de campañas para tratar de mostrar que Trump había ganado por la famosa trama rusa, por el apoyo de Putin. Se decía que Trump no iba a poder tener una política exterior defendiendo los intereses desde Estados Unidos porque iba a ser extorsionado por el propio Putin. Eso fracasó. Hoy vemos que la alianza y el entendimiento entre Moscú y Pekín siguen incrementándose, por lo tanto Estados Unidos no fue exitoso

Para tomar el otro debate. Hay muchos que se confunden, imaginan que la Rusia de Putin tiene algo que ver con la Unión Soviética y salvo en los fantasmas norteamericanos, en esta idea de que hay un peligro comunista, esto no es así. Y lo mismo, para provocar un poco hay que decir que la China de Xi Jinping no tiene nada que ver con la China de Mao, por más de que siga al frente de China lo que se llama partido comunista. Hoy creo que ya nadie discute que lo que hay en China es un capitalismo, por supuesto con características singulares. Una de estas características es la estatalidad mucho más fuerte, etcétera, pero no hay una confrontación como decía antes entre dos regímenes. China no desarrolla ni propone el comunismo.

Con respecto a la segunda pregunta sobre la victoria de EEUU en la elección del BID.  Trump es un enorme peligro para la región en su prédica injerencista y en su incremento del presupuesto militar, en su aumento de las sanciones contra los gobiernos de los países no alineados, como el de Cuba, como el de Venezuela. Es un gran peligro para la región pero al mismo tiempo una oportunidad porque Estados Unidos con un presidente como Trump, un presidente xenófobo, misógino, un presidente que en estos días está abrazándose con los policías que hace dos semanas casi matan de siete tiros a Jacob Blake en Wisconsin, es decir que avala a los supremacistas blancos. Les cuesta mucho con un presidente como Trump seguir ejerciendo lo que históricamente se llamó el imperialismo moral en Estados Unidos. Y les pongo un ejemplo. Esta semana se conoció una encuesta de Gallup que dice que antes de la pandemia el 45 por ciento de los ciudadanos norteamericanos estaba satisfecho con Estados Unidos, hoy es el 13 por ciento. Lo mismo ocurre desde que asumió de Trump a nivel mundial. En todos los países de América Latina creció fuertemente el sentimiento anti norteamericano. Ni hablar de la Argentina donde esto es histórico, pero pasa en todos los países del mundo, que cae la imagen de Estados Unidos, desde que Obama fue reemplazado por Trump.  Por lo tanto creo que hay más debilidades en esta conducción que propone, en esta estrategia que propone EEUU.

Muy rápidamente la tercera pregunta. Con respecto a esta alternativa de profundizar la unidad regional cuando tenemos esta disputa entre distintos polos. Para decirlo rápidamente, conviene mucho más a una región como América Latina que no estemos en un esquema unipolar o unimultipolar como hubo al inicio de la posguerra fría en los años 90.  Si hay más actores de peso en el escenario internacional disputándose en todos los órdenes, eso genera condiciones de posibilidad para tener una política exterior, una política regional más autónoma. Condición de posibilidad sí, pero no es suficiente. De hecho América Latina está transitando un período ahora, en los últimos 4 o 5 años, de desorganización regional. Pero nos conviene que no haya una única potencia, que haya varios polos en disputa, en un proceso de transición hegemónica para tener potencialmente una política exterior y una estrategia inserción internacional más autónoma.

Para cerrar, lo último que creo que tiene que hacer Argentina para no depender de Estados Unidos es que tengamos una relación de complementariedad subordinada con China. Creo que es la peor estrategia para la Argentina y para cualquier país de la región. Es una estrategia donde se profundizan las diferentes asimetrías, se profundiza la dependencia. La única posibilidad que tenemos como región, como condición necesaria pero no suficiente, es coordinar una política exterior y los 33 países si queremos de la CELAC, discutir con Estados Unidos, con Rusia, con China, con la Unión Europea, qué tipo de relación política, económica, militar, diplomática, tenemos que establecer.