Por Rogério Tomaz Jr.*
A principios de 2018, Dilma Rousseff ya llevaba casi dos años fuera de la presidencia, Michel Temer aprobaba sin dificultad las reformas neoliberales en el Congreso Nacional y estaba amparado por los grandes medios y la Cámara de Diputados, que rechazó dos solicitudes de apertura de investigación en su contra.
Pero faltaba un elemento fundamental para garantizar la continuidad del golpe: sacar a Lula de las elecciones de octubre de ese año y, junto con ello, reducir la fuerza del PT para la disputa.
No sería fácil. El expresidente lideraba todas las encuestas y era el favorito para ganar las elecciones, tal vez ya en la primera vuelta. De hecho, en marzo, un mes antes de su arresto, el líder del PT apareció en un sondeo con el 33% de intenciones de voto, muy por delante de Bolsonaro, que llegó con el 17%. Todos los demás nombres enumerados en esa encuesta sumaron hasta un 25%. En votos válidos, Lula tenía en ese momento el 44% de la preferencia.
En agosto, ya encarcelado por cuatro meses, Lula alcanzó el 37,8% de las intenciones de voto y todos los demás nombres en la encuesta sumaron apenas el 36,1%. Y la tendencia por el momento era de ascenso del petista, lo que le llevaría a una probable victoria en la primera vuelta.
“Ficha Limpia”
Según la ley brasileña, estar encarcelado no impedía que alguien se postulara para un cargo electivo. La llamada “Ley de la Ficha Limpia”, sin embargo, podría proscribir a Lula. La regla decía que una persona con dos condenas en una causa no tenía autorización para presentarse, incluso si aún no había un fallo definitivo.
Sin embargo, tras la aprobación de la “Ficha Limpia”, en 2010, miles de candidatos pudieron presentar candidaturas y postularse en elecciones para alcalde, gobernador y también para el poder legislativo en todos los niveles, con cada caso juzgado después de las elecciones. Por eso, la defensa de Lula estaba segura de que él sería candidato.
Con todo, en el Brasil posterior a 2016, entró en vigor una interpretación diferente de las leyes cuando se trataba de una demanda de Lula y del PT.
La propia detención de Lula solo fue posible porque la Constitución – que sólo permite la prisión tras sentencia definitiva o en acto flagrante – fue despreciada por todos los tribunales a los que recurrió Lula, incluido el Supremo Tribunal Federal (STF), que cambió su interpretación histórica en cuanto a la detención después de la condena en segunda instancia.
Más que nada, la detención del expresidente, que tuvo lugar en abril de 2018, tenía como objetivo humillar al líder más grande de la izquierda y a su partido. Muchos periodistas de los grandes medios comenzaron a referirse a Lula como “el prisionero” y términos similares.
Cuando finalmente se decidió que Fernando Haddad reemplazaría a Lula en la contienda, menos de dos meses antes de las elecciones, el nuevo candidato fue atacado porque iba varias veces a la semana a buscar el consejo de alguien que estaba encarcelado.
Para la derecha, era el símbolo máximo de la pretendida criminalización del PT: el partido que trataban de identificar como sinónimo de corrupción ahora tomaba decisiones dentro de una cárcel.
En la primera encuesta sin Lula, publicada el 22 de agosto, Bolsonaro tenía el 22%, seguido de Marina Silva, con el 16%. Fernando Haddad, poco conocido fuera de São Paulo, tenía solo el 4%, también detrás de Ciro Gomes (10%) y Geraldo Alckmin (9%).
Una semana después, el 3 de septiembre, antes de la puñalada a Bolsonaro, el militar tenía el 26% y Haddad apareció con el 6%. Muchos creían que el candidato del PT no llegaría a la segunda vuelta.
Desde el episodio de la puñalada, el 6 de septiembre, víspera del Día de la Independencia, la fiesta más “patriótica” para los militares, la elección tomó un rumbo distinto.
Bolsonaro comenzó a recibir una atención mediática que nunca había logrado en toda la campaña, ya que su coalición solo contaba con 8 segundos de publicidad televisiva. Con el ataque, que aún no ha sido debidamente esclarecido hasta hoy, pasó a tener su nombre mencionado las 24 horas del día en todos los medios.
Mientras tanto, Haddad viajó por el país y se hizo conocido como “el candidato de Lula”. Su rápido crecimiento, sin embargo, generó otro movimiento que se sumó a la empatía por el “Bolsonaro víctima” entre parte del electorado: el temor de que Haddad llegara adelante en la primera vuelta generó en la derecha un sentimiento de “voto útil” a favor del militar.
Los votantes que, en condiciones normales, votarían por Alckmin o Marina u otros postulantes decidieron votar por Bolsonaro ya en la primera vuelta, lo que le permitió alcanzar un impresionante 46 por ciento de los votos el 7 de octubre. Si Brasil tuviera la misma legislación que Argentina, Chile, Ecuador o varios otros países, Bolsonaro habría sido elegido directamente ese día.
Como la ley brasileña establece que uno solo puede ser elegido por mayoría absoluta, es decir, más del 50%, tuvimos una segunda vuelta en la que una remontada de Haddad sería muy difícil, pero el candidato del PT logró alcanzar el 44,87% de los votos. Reduciendo, en dos semanas, la diferencia de 17 puntos porcentuales a solo 10.
Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero de 2019, Brasil vive una tragedia permanente en todos los ámbitos, especialmente en los ámbitos económico, social, ambiental y sanitario.
A pesar de todo, la vela de la esperanza por días mejores se volvió a encender. Lula está elegible y lidera todas las encuestas con una gran ventaja. Sus posibilidades de ganar en la primera ronda, a estas alturas, son incluso mayores que en 2018. Esta vez, sin embargo, no hay mucho margen para otro golpe de la derecha.
Ya veremos. 2022 está a la vuelta de la esquina.
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*Periodista brasileño, residente en Argentina, cursando la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza. Trabajó durante 11 años en la Cámara de Diputados de Brasil. Twitter: @rogeriotomazjr